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Cómo reescribir tu vida

“Nunca es tarde para tener una infancia feliz”, dijo Milton Erickson, uno de los mejores psicólogos del siglo pasado (o al menos, es a él a quien se le atribuye esta cita). Y se ha demostrado que es cierto. Todos tenemos la capacidad de reescribir nuestro pasado. Reescribir nuestra vida no significa cambiar los hechos, sino la interpretación de los mismos. Todo cuanto nos ocurre lo sometemos a unos patrones previos inconscientes que catalogan lo que vivimos. Veamos un ejemplo: recuerdo una vez con quince años que nos invitaron a todos los compañeros de mi clase a asistir de público a un programa de televisión. Una vez en el plató, a un grupo de ellos se les pidió que dejaran libre la primera fila. En ese momento una compañera comenzó a llorar amargamente porque pensaba que se lo habían pedido porque ella era fea. Ese era su patrón: sentirse el patito feo de los grupos. Y es curioso, por mucho que la enfocaran después las cámaras y por mucho que el resto intentáramos animarla, su memoria obvió ese hecho y solo se quedó con el recuerdo amargo. Esa es la potencia de un patrón. Los patrones no reflejan nuestra personalidad, sino que la crean para hacernos sentir el patito feo, el más torpe, la más lista o el más comprometido con las causas perdidas. Cada cual tiene el suyo y, por supuesto, los hay más amables que otros.

No es lo mismo sentirse una persona con suerte que el más desastre del mundo.

Pues bien, reescribir nuestra vida significa ampliar los patrones con los que contemplamos lo que nos sucede. Aquí está la magia. Cuando cambiamos nuestros patrones, transformamos nuestro pasado y comenzamos a vivir un futuro un poco más liberador. Y la buena noticia es que podemos conseguirlo. Vamos a ver tres claves para cambiar nuestro patrón o para reencuadrar lo que nos sucede, como diría Robert Dilts:

  1. Ampliar el punto de vista: volviendo al ejemplo anterior, mi antigua compañera de clase incurrió en un problema clásico. Tuvo una visión miope de la realidad. En vez de darse cuenta de que a una fila entera le habían pedido moverse, ella lo vivió como una ofensa personal. Ampliar el punto de vista significa ganar perspectiva, comprender que todos podemos ser torpes y que a cualquiera le puede suceder lo que te está pasando a ti.De algún modo, significa dejar de sentirnos tan absolutamente especiales, para comprender que sencillamente somos humanos y que cada cual tiene lo suyo. Por ello, ante algo que te suceda, pregúntate: ¿me pasa solo a mí?, ¿qué le está ocurriendo a la persona que me está haciendo algo que me molesta? Ya se sabe, dejar de sentirnos el “obligo del mundo” para ser parte del mundo.

  2. Cambiar el marco problema por oportunidad: un ejemplo clásico es la manera de interpretar un fracaso. Aquí podemos caer en el típico automachaque o bien vivir la experiencia pasada desde una actitud de explorar o aprender. Recordemos: si pensamos que somos torpes, evitaremos arriesgar para no fracasar y esa parálisis es en sí misma un fracaso. Por ello, ante un error, quédate con los mensajes que responden a estas preguntas: ¿qué he aprendido?, ¿me he dado permiso para experimentar?, ¿qué aspectos positivos te permite darte permiso?

  3. Amplía la perspectiva temporal: la miopía del primer punto también está relacionada con el tiempo. Vivimos la realidad como fotos sueltas, cuando es una película. Lo que te ocurre en un momento dado te sirve para ganar fuerza, habilidades, aprendizaje… para las siguientes experiencias que te aguardan. Por eso, ante un error o algo doloroso, ampliar la perspectiva significa preguntarte: ¿para qué me sirvió?, ¿en qué me ayudó? Gracias a ello, ¿cómo influyó en lo que me pasó después?

Y todo ello sin olvidar algo importante: revisar nuestros patrones y nuestras conversaciones interiores es también una forma de cuidarnos. La realidad no es algo fijo, sino que depende de la manera en la que queramos contemplarla. Y esto, una vez más, es una decisión personal.

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